El coronavirus no es la única pandemia que hemos experimentado en los últimos años. Otra pandemia mundial ha ido creciendo y expandiéndose, de forma rápida y silenciosa, sin importar la edad, el género o la nacionalidad. Se trata de la depresión, un problema de salud mental que afecta a más de 300 millones de personas en todo el mundo.
No obstante, a pesar de que la depresión sea un tema candente en la actualidad, la realidad es que es un trastorno que existe desde tiempos inmemoriales. Disponemos de descripciones de cuadros depresivos desde la Antigua Grecia. Ya Hipócrates, considerado como el padre de la medicina, describió la melancolía como una enfermedad de la mente que se producía por un desequilibrio de los fluidos humanos. En la Edad Media, la obra de Santo Tomás está plagada de referencias a problemas de salud mental bajo los términos insania y amentia. Finalmente, en el siglo XIX, la depresión se convirtió en una categoría central de la psiquiatría moderna, gracias a las contribuciones de reconocidos psiquiatras como Freud, Kraepelin, Pinel o Scheider.
¿Qué hemos aprendido desde entonces? En este artículo profundizaré en las causas de la depresión, la evolución del trastorno y las principales opciones terapéuticas disponibles. Además, si quieres aprender a identificar los síntomas de la depresión, te recomendamos leer el artículo “Más allá de la tristeza”, donde se explican las principales características clínicas de la depresión.
¿Qué causa la depresión?
No hay una sola causa concreta de la depresión. Por el contrario, se considera un trastorno multi-causal, resultado de la interacción compleja de factores biológicos, psicológicos y sociales.
- Entre los factores biológicos, la depresión se asocia a alteraciones en los niveles de algunos neurotransmisores (ej. serotonina, dopamina y noradrenalina), alteraciones en algunas estructuras y funciones del cerebro, así como la herencia genética de cierta predisposición a padecer depresión.
- Entre los factores psicológicos destacan algunos rasgos de personalidad, como la dificultad de aceptarse a uno mismo/a, la auto-exigencia excesiva, la intolerancia a la frustración, la dificultad para regular emociones o la hiper-responsabilidad, entre otros muchos.
- Finalmente, entre los factores sociales destacan la falta de apoyo social, un bajo estatus socio-económico, el aislamiento y ciertos acontecimientos vitales estresantes (ej. experiencia de abuso y maltrato).
En base a estos factores, algunos expertos diferencian entre depresiones “endógenas” (en las que los factores biológicos tendrían un papel más relevante) y “exógenas” (donde los factores psico-sociales tendrían un mayor peso).
Sin embargo, estos factores de riesgo no intervienen por igual en todos los pacientes, y por eso no hay “dos depresiones iguales”. Además, a menudo se asocia el inicio de la depresión con algún acontecimiento estresante que supone la pérdida de algo importante para la persona: la pérdida de un ser querido, una ruptura sentimental, la pérdida de status, la pérdida de empleo,…
¿Cuál es la evolución de la depresión?
El inicio de la depresión suele ser lento y progresivo: la persona empieza a experimentar cambios en su estado de ánimo, se siente fatigada, desmotivada y sin ganas de hacer nada. La persona trata de buscar una explicación a lo que le sucede, atribuyéndolo a problemas en el trabajo, a discusiones con su pareja o a un virus estacional. Sin embargo, en muchas ocasiones suelen ser los familiares y amigos los que primero se percatan de que algo no va bien, animando a la persona a pedir ayuda profesional. De hecho, la mayoría de pacientes reconocen que la depresión ya estaba ahí desde mucho antes de lo que ellos pensaban.
El curso de la depresión es variable y depende de cada persona. En personas con síntomas moderados o severos, si no se trata a tiempo, los síntomas se arraigan y se mantienen por largos periodos de tiempo. Por el contrario, si la persona recibe un tratamiento basado en la evidencia, se suele observar una mejora progresiva en el curso de semanas o meses. La duración de un episodio depresivo es variable, pero la mayoría de las personas suelen estar bien pasados 4-6 meses de tratamiento. Además, este proceso de mejora no siempre es lineal: puede que al principio se note una mejora rápida de los primeros síntomas, experimentando periodos donde la persona siente que se ha estancado o donde incluso los síntomas empeoran. No obstante, si se persevera en el tratamiento y se siguen las recomendaciones profesionales, los síntomas depresivos terminan remitiendo.
¿Cómo se trata la depresión?
Aunque muchas personas creen que lo mejor es dejar pasar el tiempo y tirar de fuerza de voluntad, la realidad es que la depresión es un trastorno mental que requiere tratamiento y ayuda profesional. Afortunadamente, en la actualidad disponemos de tratamientos empíricamente validados para la depresión que han mostrado su eficacia en numerosos estudios científicos. Por desgracia, muchas personas no acceden a dichos tratamientos, ya sea por el estigma que sobrevuela los trastornos mentales, por la falta de recursos (personales y/o sanitarios) o por la falta de una evaluación clínica adecuada.
El objetivo principal del tratamiento para la depresión es conseguir reducir los síntomas, retomar la actividad diaria y potenciar el bienestar. El tratamiento aspira a conseguir la remisión, es decir, que el paciente se libere completamente de los síntomas. Además, el tratamiento busca que la persona recupere su funcionalidad en diversos ámbitos (laboral, familiar, social,…). Los tratamientos disponibles para la depresión se suelen dividir en dos grandes áreas: 1) Tratamientos médicos o farmacológicos, en donde se suelen administrar diversos tipos de antidepresivos (ej. inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina o los antidepresivos tricíclicos); y 2) Tratamientos psicológicos, entre los que destacan la terapia cognitivo-conductual, la activación conductual o la terapia interpersonal.
En algunos pacientes el tratamiento conduce a una mejoría total o casi total de los síntomas, mientras que en otros casos se mantienen algunos síntomas residuales que afectan a la funcionalidad y bienestar de la persona. Además, la depresión es un trastorno tendente a las recaídas, donde cada nuevo episodio depresivo aumenta el riesgo de sufrir nuevos episodios en el futuro. Los datos sugieren que en torno al 50% de los pacientes que han sufrido un episodio depresivo presentan al menos una recurrencia a lo largo de su vida. Por ello, para prevenir recaídas cuando quedan síntomas residuales, se recomienda continuar con el tratamiento para trabajar aspectos más profundos (ej. estilos cognitivos, regulación emocional, trauma, apego, etc), a pesar de que los síntomas más superficiales hayan desaparecido. Además, a veces es necesario probar más de un tratamiento hasta encontrar el adecuado para cada persona.