“Siento que no consigo relajarme nunca y estoy todo el tiempo dando vueltas a mis preocupaciones”. Te suena de algo, ¿verdad? Así comenzaba el otro día la sesión con una paciente nueva en consulta. Muchas personas acuden a consulta tratando de comprender por qué se sienten constantemente estresadas y con el objetivo de eliminar el estrés de sus vidas. Desafortunadamente, tengo una mala noticia que darte: es imposible eliminar el estrés. El estrés es una respuesta natural y adaptativa del ser humano, esencial para nuestra supervivencia. En este artículo aprenderás cuál es la función que desempeña el estrés y cómo afecta a nuestra productividad en el día a día.
¿Cuál es la función del estrés?
El estrés actúa como un mecanismo de defensa que nos prepara para hacer frente a las demandas y amenazas del ambiente. Este mecanismo automático se conoce como “Reacción de Lucha-Huida” y fue descrito por el fisiólogo estadounidense Walter Cannon: cuando una persona percibe una amenaza, nuestro cuerpo reacciona activando el sistema nervioso simpático y el sistema endocrino (liberando hormonas como la adrenalina y el cortisol), encargados de activar a la persona para luchar contra la amenaza o huir de ella. En teoría, una vez desaparece la amenaza, se activa de forma automática el sistema nervioso parasimpático, cuya función es contrarrestar los efectos del estrés promoviendo un estado de reposo que nos permita recuperar energía y relajarnos.
En la prehistoria, cuando aparecía un depredador, la persona debía luchar o huir de dicha amenaza, para lo cual era necesario que el cuerpo se activara para responder rápidamente al peligro: los músculos se tensaban, la respiración se aceleraba, el corazón bombeaba sangre más rápido, las pupilas se dilataban, etc. Una vez que desaparecía el depredador, se activaba el sistema nervioso parasimpático para contrarrestar los efectos del estrés, disminuyendo el ritmo cardiaco, la presión arterial, ralentizando la respiración, liberando oxitócica, etc.
Este mecanismo tenía sentido hace miles de años cuando el ser humano se dedicaba a la caza y debía estar alerta de peligros físicos, como el ataque de un animal, donde luchar o huir eran las respuestas más adecuadas para nuestra supervivencia. Sin embargo, los estresores modernos no suelen ser peligros físicos sino amenazas de índole social y demandas cognitivas, donde las repuestas de lucha-huida han dejado de ser tan útiles. Sin embargo, nuestro organismo responde con la misma activación corporal ante estos estresores modernos que ante un depredador, aunque nuestra vida no corra peligro. Por ejemplo, no necesitamos la misma activación corporal para luchar contra un león que para dar una charla en público, sin embargo, la respuesta de nuestro cuerpo es similar. Además, el problema con estos estresores modernos es que son mucho más frecuentes y no desaparecen de forma tan clara (ej. tengo que ver todos los días al compañero de trabajo con el que tengo un conflicto), lo que dificulta que el sistema parasimpático tenga el tiempo necesario para contrarrestar los efectos del estrés. Esto produce un nivel de activación prolongado en el tiempo que puede afectar negativamente a nuestra salud.
¿Cómo afecta el estrés a nuestra productividad?
La relación entre el nivel de estrés y nuestro rendimiento en una tarea fue descrita en 1908 por los psicólogos norteamericanos Robert Yerkes y John Dodson, quienes formularon la famosa Ley de Yerkes-Dodson. Según esta ley, la relación entre estrés y rendimiento sigue una forma de “U” invertida (ver Figura 1): el estrés nos ayuda a estar alerta y activados, lo que favorece nuestro rendimiento en la tarea. Sin embargo, cuando el estrés y la activación son demasiado intensos o duraderos, nuestro rendimiento en la tarea termina disminuyendo. Veámoslo con un ejemplo: si tenemos un examen el viernes, un poco de estrés nos ayudará a activarnos para ponernos a estudiar y aprobar el examen. Si no tuviéramos nada de estrés, dejaríamos el estudio para el último momento y posiblemente suspenderíamos. Sin embargo, si el nivel de estrés es demasiado intenso o duradero (extendiéndose incluso más allá de la finalización del examen) nuestra productividad descenderá, nos costará concentrarnos, nos sentiremos fatigados/as y posiblemente nuestro rendimiento en el examen sería peor.
De esta ley se deriva la conclusión de que el estrés no siempre es malo. El estrés es adaptativo en la medida en que nos activa y nos ayuda a poner en marcha nuestros recursos para afrontar la situación. El problema aparece cuando esta reacción de estrés es demasiado intensa, frecuente o duradera, interfiriendo con nuestra vida y perjudicando nuestra salud. Para diferenciar el estrés “bueno” del estrés “malo”, los expertos en el área acuñaron el término “eustrés”, haciendo referencia a ese “estrés positivo” que provoca la activación necesaria para culminar con éxito una tarea complicada. El eustrés estimula la actividad, mejora las capacidades de la persona y promueve una percepción de reto y desafío. Como contraposición tendríamos el “distrés” o “estrés negativo”, que produce una activación excesiva que dificulta la realización de la tarea. El distrés se produce cuando hay un desequilibrio entre las demandas y los recursos de la persona, percibiendo la situación como amenazante.
¿Quieres saber cómo aprovechar el eustrés para mejorar tu productividad? ¿Te gustaría aprender a manejar el distrés de manera eficaz para evitar quemarte? No te olvides seguirme para no perderte futuros artículos sobre el estrés, en donde daré respuesta a estas y otras muchas preguntas. Además, si quieres saber más sobre los síntomas y consecuencias del estrés, te recomiendo leer el post “Un enemigo silencioso”.